Me hacen feliz

martes, 4 de marzo de 2014

Una frase que hable sobre la libertad.

Vivo en el piso más alto del edificio. Una vez una señora viejita en el ascensor me dijo ‘estás muy cerca de las nubes’. Yo me reí, la quise abrazar, pensé en la seño que me decía ‘bajá de las nubes’ y en cómo bajé, en cómo me estrellé y en cómo hago alitas de papel para ver si a veces puedo volver.

Desde mi balcón veo: un poco de la plaza, la calle, balcones vecinos, árboles que no se ven desde la vereda porque están en los patios de las casas. Mis preferidas son las terrazas. Desde mi terraza vi una lluvia de estrellas con la chica que me gusta. En la terraza fumé porro con mis amigas y les conté mis fantasmas, camuflándolos con el humo.

Desde mi balcón se ven tres terrazas y dos están deshabitadas. A la tercera sale un chico a tocar la guitarra. Yo suelo escucharlo primero y verlo después. Sus acordes me hacen ir al balcón a mirarlo. El me ve y se hace el que no. Es tímido. Es chico. Tiene sus primeras plantitas de marihuana y las mira con amor. A veces se junta con sus amigos. Poco. En general toca solo. Toca pero no canta. Yo lo miro, a veces me siento a mirarlo, me quedo hasta que termine. Alguna vez lo aplaudí sin pensarlo. Creo que se avergonzó. No lo aplaudí más.

Pienso en hacerle un avioncito de papel gigante y que adentro tenga una frase sobre la libertad y tirársela de balcón a terraza. Mis amigos me dicen que no va a llegar. Prefieren desilusionarme con palabras antes que me desilusione con los hechos de una frase de libertad que no llega. Les digo ‘¡y si no llega que baje a la vereda a buscarla!’. Y si no baja. Y si la libertad se pierde entre el gris y los pasos apurados de la gente. Y si…

Cada vez que estoy con alguien y el chico de la terraza sale, le cuento a ese alguien sobre el chico de la terraza. Es una de mis historias de ahora preferidas. El chico de la terraza conoció de vista a las tres personas por las que sentí algo este último tiempo. Esas personas salieron al balcón y lo vieron, contentas de escuchar mi historia. Ninguno de mis amigos conoció a las tres personas. El pibe de la terraza conoce mucho de mi.

Porque conoce mi soledad y yo conozco la suya. Cada una tiene una forma distinta. La de él es su guitarra y la timidez. La mía es no poder mantener una relación en el tiempo por no poder hablar de mis sentimientos. Y una amiga me dice ¿Ah esa chica es tu novia? Pensé que sólo estaban en algo, ¡no me contaste nada!. Y yo pensando que hacía mucho no quería tanto a alguien. ¿El chico pensará en cuántas personas durmieron conmigo estos dos años?  ¿A cuántas las dejé despertarse conmigo en vez de necesitar que se vayan por no poder compartir las caras de dormidos, el desayuno antes de empezar el día?

Y yo quiero romper ese silencio. Ya pasó demasiado tiempo de Milena. Tengo que sacarme su enfermedad contagiosa del silencio. Busco la forma de hacerlo, escribo cartas. Sigo contando historias como la del chico de la terraza, pero no son más para tapar lo que siento, son sólo algo más.


Después de todo ¿de qué me sirve mandar frases de libertad si no puedo permitírmela a  mí misma en el encierro del silencio?

viernes, 21 de febrero de 2014

Las cosas que prestamos.

El momento más triste de una relación es cuando el otro deja de mirarte como lo más especial del mundo, cuando los ojos que brillaban al verte ahora te miran como cualquier ojo mira a cualquier cosa cotidiana. Como estrellas que se apagan y como una persona que las mira apagarse desde la tierra y se siente triste pero no puede hacer nada.

La parte más difícil de terminar una relación es devolver las cosas que te prestaron y recibir las que prestaste. La remera con la que dormías para poder despertarte con ella, aunque ella no estuviera ahí. El disco que ponías cuando no podías escuchar su voz. La guitarra que te prestó para que busques expresarte y así estar un poquito mejor. Su libro preferido para entender un poco más cómo veía el mundo.

Prestar algo a tu pareja es una promesa. No se dice, al veces ni siquiera se sabe. Pero la promesa está. Porque nadie presta algo pensando en que el día en que será devuelto será en un momento de distanciamiento, cuando se termina la relación. Estar enamorada es dar todo, incluso los libros, la remera favorita, lo que sea. Es confiar que al otro podés darle lo que sea, que va a entender su valor y lo va a cuidar.

Y por eso no quiero devolverle sus cosas: porque no quiero resignarme, no quiero pensar a cuántas remeras ajenas para dormir estoy de cansarme, cuántos libros me quedan por prestar, cuántas películas voy a devolver.

Es imposible dejar entrar una nueva remera para dormir si todavía usamos una anterior. Las estrellas que se apagaron merecen un duelo y en el medio las cosas que nos prestamos aparecen como muestra de todo lo que falta transitar. El libro se lee con tono triste, la guitarra saca las peores melodías, la remera ya no tiene su olor, porque ya no podemos recordarlo.

Devolver lo que nos prestamos es confiar en un futuro mejor.